«Es en Vatopedi donde toda la gama de colores parece haberse fusionado en un alegre ensemble. Aquí los tonos son más recargados, sin que se sepa a que criterios responde. (…) el fuerte contraste del campanario blanco como la nieve frente a la iglesia de un intenso color teja, tan suave como el terciopelo; los edificios de la zona norte, de color rojo y gris, con sus tejados cubiertos de liquen amarillo de los que surgen multitud de altas chimeneas blancas, que destacan sobre la bahía azul, a lo lejos; las hileras de celdas en curva al pie de las colinas, que sirven de fondo al hermoso rosa de la capilla del Santo Cinturón, que se alza junto a la verja como un navío encima de una ola sobre un montículo de piedra cubierto de hierba; por todas partes el omnipresente azul griego, ese tono celeste de las campanillas con que pintan las contraventanas, las repisas y perfilan las casas blancas para hacerlas más frescas, y de rojo para que sean más cálidas; y, por encima de todo, el sol incidiendo en el plomo de las cúpulas y reluciendo sobre los nervios metálicos de los conos de las torres.» (Grecia, Viaje al Monte Athos, Robert Byron, Editorial Confluencias)

El Monasterio de Vatopedi se encuentra en el segundo lugar de la jerarquía del Monte Athos aunque realmente es el mayor y más rico de los monasterios de la península. Se yergue a los pies de una colina, junto al mar, en un fértil valle que le provee de todo tipo de frutas y hortalizas. Cabe destacar la producción de vino del monasterio, una de las mayores de toda la península.
Dice la tradición que el primer monasterio fue mandado construir por Constantino el Grande en agradecimiento a su milagrosa curación de la lepra. El edificio fue destruido bajo el reinado de Juliano el Apostata y vuelto a edificar durante el reinado de Teodosio el Grande. En el año 862 los sarracenos quemaron y destruyeron el monasterio.
La certeza histórica nos retrotrae hasta san Atanasio el Atonita y sus compañeros, los cuales edificaron o restauraron (si la leyenda es cierta) el edificio en el siglo X y desde entonces ha seguido creciendo hasta convertirse en el mayor monasterio de la península. Su riqueza y refinamiento alejaron a sus monjes del camino de la ortodoxia, envolviéndolos en escándalos de todo tipo, hasta la llegada de un grupo de monjes chipriotas que instauraron de nuevo la mas estricta regla cenobita. Desafortunadamente, de vez en cuando resurgen las malas prácticas del pasado, como en el año 2011, en el que fue detenido el abad del monasterio por fraude inmobiliario y lavado de dinero.

La iglesia, de finales del siglo X, es uno de los edificios mas hermosos de la montaña sagrada. Su interior está profusamente decorado por frescos del siglo XIV de la escuela macedonia que narran la vida de Cristo a gran escala. El suelo, de grandes losas de mármol rosa ribeteado de verde oscuro, es de la época de la edificación de la iglesia. Tras el iconostasio de madera tallada se encuentra el mas venerado de los iconos del monasterio, una Panaghia que fue arrojada a un pozo durante la invasión árabe del siglo X y que siglos después fue encontrada junto a un cirio que, durante todo este tiempo, no había dejado de iluminar la imagen de la Virgen. La iglesia alberga también el objeto mas venerado de toda la montaña sagrada, un fragmento del cinturón que vestía la Virgen, de lana de pelo de camello, tejido por la misma Madre de Dios y que según la tradición, conservó Santo Tomas tras la asunción de la Virgen a los cielos. El cinturón fue donado al monasterio por el rey Lazaro I de Serbia en el siglo XIV y tiene fama de ser un milagroso antídoto contra la peste y la infertilidad.
La colección de tesoros que alberga la iglesia es innumerable aunque cabe destacar también, como recuerda Robert Byron, la vitrina con los tres mosaicos portátiles de la crucifixión, san Juan Crisóstomo y la Virgen con Santa Ana, este último, regalo de la zarina Anastasia, esposa de Iván el Terrible.
Al igual que la iglesia, la biblioteca de Vatopedi es una de las mas ricas del Monte Athos. Alberga mas de dos mil manuscritos y 35.000 libros impresos, entre ellos un salterio perteneciente a Constantino IX Monómaco (1042-1054) o unos evangelios copiados por Juan V Cantacuceno en el siglo XIV, durante su retiro en el monasterio.
A mi juicio una visita imprescindible por el fantástico entorno que se crea en el gran patio del monasterio, por la vistosidad y sentimiento de sus servicios religiosos, por todo el arte que se encuentra allí reunido, reliquias incluidas. Además, el refectorio me encantó y con diferencia, es el monasterio donde mejor se come. Sin queja también de la amabilidad de los monjes que incluso se prestan a hacer una visita en inglés. Atienden su correo electrónico con bastante rapidez y es absolutamente imprescindible contar la confirmación de la reserva de alojamiento que te mandan por correo. El edificio donde alojan a los peregrinos es moderno, con habitaciones generalmente de 6 personas.
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